lunes, 7 de octubre de 2013

Versos al tiempo

Y a pasa que en una conversación nocturna se juntan dos frases, y al sacarlas de su contexto ocurre esto: "Nunca el tiempo es perdido... pero muchas veces el tiempo no pasa ni a ser recuerdo"



Ya va siendo hora
de escribirle versos al tiempo,
de llenar los huecos vacíos
y dibujar sonrisas al viento;
de encontrarlo perdido.

Y se queda quieto,
muchas veces no pasa,
se queda parado, muerto.
Muchas veces no pasa
ni a ser recuerdo.

Ni a ser recuerdo,
ni a ser olvido,
ni a ser pasado.
Aquí está, congelado
tiritando en el camino.




Y aquí te encuentro
¿estás perdido, pequeño?
Sígueme, ven conmigo,
te mostraré el futuro
segundo a segundo.

Te encontré un día,
y hoy seguimos juntos
y te pierdo entre versos
y se escapa mi vida
entre tus argumentos.

Siempre te tuve,
 y fuiste caprichoso, engreído
irreverente, maleducado
y yo desagradecido;
porque siempre te tuve.

Y ahora, te conozco
y ahora, te utilizo
y te comparto con otros.
Y esta noche silenciosa
unos versos te dedico.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Carta de rescate al caos


               Hoy me toca escribir unas líneas, un pequeño texto personal y transferible, eso es lo que pretendo que sea, sobre todo, transferible. Y concretamente va dirigido a ti que me estás leyendo, pues tengo algo que pedirte. Hace tiempo que siento mi alma adormecida, vacilante, con impulsos vagos que me mantienen dentro de una falsa inestabilidad; descansando cómodamente entre las cuatro paredes de lo que hasta el momento he llamado hogar. Este es un sentimiento que no suelo expresar, quizá porque no sé cómo hacerlo, quizá porque me da miedo a que todo a mi alrededor se desordene.

                Necesito caos, te estoy pidiendo caos. Sí, estoy pidiendo que conviertas mi vida normal en algo extraordinario, que te saltes los horarios y los planes, que improvises. Y si me estás leyendo es porque me conoces, y si me conoces sabrás como hacerlo.


                Llegados a este punto, pensarás que mis pensamientos son la locura de alguien que nota como pasa el tiempo y no consigue vivir las suficientes aventuras, de alguien que no está conforme con su situación actual, de alguien que anhela algo que parece inalcanzable. Pero reflexiona conmigo y dime,  ¿no tengo razón al afirmar que desde el caos, la improvisación, la frescura y la innovación es de dónde surgen las genialidades, las ideas y finalmente la felicidad?

                Por eso, una vez más te lo pido, necesito caos y tu pequeña aportación hará que me mueva, que salga del peligroso equilibrio de la rutina. Y si aún no te he convencido con lo que he escrito aquí prueba una cosa, imagínate que estas son tus palabras, que esta misma situación ocurre al revés, que tú escribes y yo leo. Imagina cualquiera de las cosas que he descrito antes y hazla tuya.

                Necesito tu aporte a mi caos y yo contribuiré gustosamente al tuyo.

viernes, 23 de agosto de 2013

El jardín de margaritas

Érase una vez, pues este es de ese tipo de historias que empiezan con érase una vez; una chica que vivía en un barrio gris y oscuro de una gran ciudad. La ventana de su habitación, concretamente, daba hacia una calle en la que había una fábrica abandonada, con los cristales de los ventanales rotos y llena de pintadas; con la alambrada que la rodeaba oxidada y el suelo lleno de trastos viejos y escombros. Imagino que podéis haceros una idea de la deprimente visión que la joven tenía cada vez que se despertaba y levantaba la persiana de su cuarto. Pero ella era feliz en su pequeño mundo interior, un mundo al que corría a refugiarse cuando la realidad era oscura.

                Y su vida transcurría normalmente, como la de cualquier otro. Después de desayunar, normalmente con su compañera de piso, se marchaba a trabajar. Lo mismo de todos los días, servir cafés, fregar platos y limpiar mesas; eso es a lo que se dedicaba. Pero mientras tanto, su pequeño mundo interior trabajaba por su cuenta, y mientras la cafetera del bar echaba café en una taza desde una cascada en lo alto de una montaña saltaban unos pequeños seres, como una especie de duendes marrones que en vez de piel tenían corteza de árbol y que por rostro tenían musgo, pequeños brotes verdes que se agrupaban para formar lo que parecían ojos, nariz y boca. Y el café rebosaba por el borde de la taza al tiempo que el jefe le gritaba “¡Chiquilla, quieres estar atenta de lo que haces, que parece que estés en otro mundo!”. Y ella lo miraba, y en su rostro veía una gran barba de musgo, cosa que irremediablemente la obligaba a sonreír. Si algo malo le pasaba, se escapaba a su refugio, a veces sin querer, a veces incluso dando la sensación de no importarle lo que ocurría a su alrededor.



                Un día, volviendo del trabajo, su espíritu inquieto de sagaz exploradora le condujo a casa dando un rodeo enorme, simplemente caminando mientras su mente encontraba una explicación a la existencia de las luciérnagas. Si, os diré cómo lo imaginó ella; le pareció una buena idea que se tratasen de crías de araña de las estrellas y que cuando nacían sus malvadas madres las abandonaban en la tierra, lanzándose desde el espacio utilizando sus hilos de seda como cuerda para hacer puenting. Después, las pobres crías intentaban volver junto a sus madres y para ello no les quedaba más remedio que desarrollar alas, pero ninguna conseguía elevarse lo suficiente… En fin, a lo que vamos, que los pasos de la chica la habían traído hasta un barrio peculiar, prácticamente en mitad de la ciudad.

                Las calles de adoquines eran estrechas y en pendiente, con escaleras por todas partes. Los edificios no levantaban más de tres plantas del suelo, con sus fachadas de piedra gris, pulidas y manchadas por la humedad, la suciedad y la polución. Lo pequeños balcones casi podían tocarse los de un lado de la calle con los de enfrente y entre ellos descubrió al doblar la esquina, una pequeña maravilla. Enredadas entre finas tablas y cuerdas que pasaban de un balcón a otro colgaban y caían plantas y flores, enredaderas que tomaban al asalto las barandas de las balconadas y cubrían de verde los rostros de las casas. Y también crecían sin control montones de flores, pero sobre todo margaritas, estas últimas las había en todos los balcones. El color verde, el olor de las plantas y la frescura del ambiente, junto con el juego de luces del sol escurriéndose entre las hojas creaban un ambiente mágico. La muchacha estaba rebosante de felicidad ante el descubrimiento de aquella calle, rápidamente fue a mirar el nombre en la placa: “Calle de las Margaritas”. Claro, no podía ser de otra manera. Y recordó ese nombre, pues quería llevar allí a todo el mundo, a todos sus amigos y conocidos. Pero nunca pudo volver.

                Cuando al día siguiente condujo allí a su compañera de piso, ya no estaba. Y no, no es que ya no tuviera margaritas, ni enredaderas, ni plantas, ni flores. La calle no estaba, no podía encontrarla por ningún sitio. Incluso buscó su nombre en Google Maps, pero no aparecía, al menos no en esta ciudad. ¿Extraño verdad? Para ella fue un duro golpe ¿era acaso solo fruto de su realidad alternativa, de su mundo interior? Esa es una pregunta para la que no tenemos respuesta. Y esa noche, se acostó triste, por primera vez en mucho tiempo, incluso creo recordar que lloró.

                A la mañana siguiente, cuando se despertó, el mundo era un poco más gris, más tenebroso, más injusto y definitivamente todo estaba más muerto. Levantó la persiana y observo la fábrica. En una sombra vio un gato negro, que descansaba tranquilamente y pensó “Si el gato fuese de muchos colores yo no añoraría tanto esa calle”. Después, tomando el desayuno contempló su taza, tenía un dibujo en blanco y negro del ying y el yang, pero hoy ese símbolo le parecía apagado y la chicha dijo en voz alta “tengo que comprar una taza más alegre, para desayunar en días grises”. Más tarde, en el trabajo se quedó observando una mancha de café en su delantal blanco y su mente imaginó esa mancha de un verde vivo, y que cada gota de café al derramarse dejaría un rastro de un color distinto; y entonces se pasaría el día tirando los cafés accidentalmente sobre los clientes demasiado serios. Finalmente, esa noche mientras se lavaba los dientes se acercó al espejo para ver sus ojos y descubrió en el iris una pequeña mancha amarilla. Una mancha amarilla en sus ojos verdes. “Será que en mis ojos están creciendo margaritas” y con esa ocurrencia dando vueltas en su cabeza, se quedó dormida.


                Hoy nuestra amiga se ha despertado porque un rayo de luz ha invadido su habitación, extrañamente la persiana está abierta. Abre los ojos y de forma automática se levanta y mira la fábrica, gris y derruida, como siempre, pero desde una ventana la observa un gato, un gato de mil colores, un gato que por gama cromática más parece un pájaro tropical. La chica abre mucho los ojos y se ríe, una risa que mezcla incredulidad y nervios. Su compañera de piso no está en casa, hoy ha tenido que marcharse antes a trabajar, así que la chica va a la cocina, a desayunar sola, con su taza del ying y el yang. Y mientas está vertiendo la leche se da cuenta de que el símbolo ya no es blanco y negro; ahora es rojo, verde, amarillo, azul y un largo etcétera. La muchacha no sale de su asombro, cada vez está más confundida. Se va al aseo a lavarse la cara para intentar librarse del estupor y de esa sensación de extrañeza que la invade. Llena sus manos con agua y moja su rostro, varias veces. Y al levantar la cabeza y mirarse al espejo por fin se da cuenta. Sus ojos, su iris y su pupila se han convertido en margaritas, y son realmente bellas. Poco a poco va tocando su rostro delicadamente, acercándose a sus ojos con miedo… y se le escapa una lágrima que explota contra el lavabo dejando un rastro de color, como si hubiese caído una gota de pintura. Y así empieza hoy la historia de la chica con ojos de margarita.

                Para ella es vivir un sueño, poder cambiar las cosas a mejor simplemente con quererlo. Poder poner patas arriba un mundo gris, para volverlo lleno de color, poder pintar en su vida y en la de los demás como si fuera un lienzo. Y para el resto, los que la conocemos, nosotros simplemente tenemos que sentarnos a su lado a contagiarnos y a disfrutar con las locuras de su otra realidad.
                

jueves, 15 de agosto de 2013

La niña zombi y el chico estrella

                ¿Alguna vez os han contado una historia extraña, de esas que no tienen ni pies ni cabeza? ¿No? Pues bien, esta es una de esas historias. Un cuento que comienza después de un día muy largo, un día tras el cual uno no recuerda ni cómo, ni cuándo amaneció. Y ese día hubiese sido normal de no ser porque se desató una epidemia zombi. Y claro, era de esperar que el mundo desde ese preciso instante diese un pequeño cambio, lo que a los escritores del destino les gusta llamar, giro argumental. Y pasaron años de apocalipsis… pero finalmente la situación se normalizó.

            Ahora bien, paralelamente a estos sucesos tenemos la historia de una niña de solo 8 años, que en el día Z (así llamaremos al día del suceso desencadenante) había estado en el parque, jugando con un chico algo mayor que ella pero que disfrutaba de los juegos de los más pequeños. Y en los típicos columpios esos de troncos que parecen pequeñas fortalezas de madera, se inventaron juegos como “El ataque al muro y la Guardia de la Noche” y “Defender la cárcel del Gobernador”; y allí pasaron horas, luchando contra seres imaginarios. La tarde maduraba y pronto se tendrían que marchar a casa, ambos, cada uno por su camino, pero antes tuvieron una conversación, mientras balanceaban sus piernas al borde del muro.

        –Sabes Delia, hace tiempo que no me sentía como un niño de verdad –decía el niño, mientras miraba como distraído al frente–. Crecer es un rollo, se supone que tienes que hacer cosas que se corresponden con tu nueva edad, aunque a veces no te gusten. Y todo se vuelve más complicado. Pero bueno, de vez en cuando te puedes escapar y pasar tardes divertidas pensando en zombis que vienen a atacarnos, o imaginando que eres un astronauta que viaja lejos buscando la estrella de la niñez eterna.
            –A mí me gustan los zombis –respondió la niña– y también me gustan las estrellas y los viajes por el espacio en nave espacial. Pero no conozco la estrella de la niñez eterna.
            –Aaaah, claro, poca gente la conoce. Es una leyenda que me contaba mi abuelo. Dicen que en el espacio existe una estrella muy brillante que se va paseando por toda la galaxia, y que si consigues alcanzarla te concede un poder especial. Cuando tocas esa estrella, que es mágica, te contagia con su energía y te permite volver atrás en el tiempo siempre que quieras, a revivir momentos felices del pasado, momentos en los que todavía eres un niño y que tu única preocupación es divertirte.
            –¡¡Aaaaaaala, yo quiero tocar esa estrella!! Yo en verdad no quiero crecer nunca, es lo que más deseo. Yo quiero venir todas las tardes y jugar contigo en el parque. ¿Mañana vendrás a jugar conmigo al parque?
            –Claro que sí, para mi venir aquí es como si hubiese tocado la estrella de la niñez eterna.

            Y así se despidieron esos dos niños. Y poco después se convirtieron en zombis y nunca más volvieron a verse. Pero Delia, años más tarde volvió al parque a jugar por las tardes; cuando la población zombi se había estabilizado y vivían (bueno, lo de vivir es un decir) en una extraña situación de armonía con el rebaño humano vivo al que habían sometido, no sin la ya típica guerra, en la que hubieron innumerables bajas.

            Y la niña estaba nostálgica, pues no conocía a más zombis niños con los que jugar y se acordaba de aquel chico que conoció justo el día Z. Y se subió al Muro a disparar flechas a los salvajes, y cuando sonaron los tres toques del cuerno, supo que venían los Otros y que la batalla sería mucho más dura y cruenta. Y después, corrió por el puente hasta el bloque de celdas, pues los hombres del Gobernador querían echarla a ella y a los suyos de la cárcel, pero habían decidido que ya no iban a huir más, y que iban a hacerles frente. No iban a huir. Huir. Eso es lo que estaba haciendo ella, huir; escapar de la realidad. A estas alturas ya tenía unos cuantos años más de 8, aunque físicamente no envejecía. Y aun recordaba a aquel niño. Y miró al cielo, y vio que una de las estrellas brillaba más que las otras… y deseó que fuera la estrella de la niñez eterna. Y de repente titiló en el cielo, y salió disparada surcando la noche, para perderse en el horizonte.

            La niña zombi pidió un deseo… cerró los ojos y esperó un ratito antes de abrirlos para saber si se había cumplido. Cuando volvió a mirar el cielo la estrella de la niñez eterna no estaba, y no pudo tocarla. Se quedó allí, decepcionada pues lo que había pedido no se había hecho realidad. Se levantó y al girarse para cruzar el puente de troncos colgantes del columpio, vio a alguien al otro lado. El chico se acercó a donde estaba Delia.

            –Hola, ¿te acuerdas de mí? –preguntó cuando hubo cruzado– Una vez, hace mucho tiempo, nosotros jugábamos en este parque. Sé que acabas de pedir un deseo y que piensas que no se ha cumplido.
            –Claro que no se ha cumplido, he pedido tocar la estrella de la niñez eterna, pero no he podido, no ha bajado a mi alcance –la niña zombi estaba realmente defraudada e indignada–. ¡Y en realidad es todo una tontería! ¡Esa estrella no existe! ¡Y tú eres un mentiroso! ¿Por qué me engañaste?
            –Yo no te engañé –dijo el chico en tono condescendiente mientras se acuclillaba para ponerse a la altura de la niña y le cogía la mano– yo también pensé que era mentira. La misma noche que nos despedimos, yo vi una estrella fugaz, y pedí un deseo, probablemente el mismo que has pedido tú. Pedí no crecer más, pedí repetir esta tarde siempre, durante el resto de mi vida. Y luego pasó toda esa historia de la epidemia Z.
            –Entonces no tiene solución, sin esa estrella seguiremos creciendo.
            – ¡No, te equivocas! Esa estrella existe, solo tienes que creer en ella, porque a ella le da igual el tiempo que pase, le dan igual los años y las arrugas, a ella solo le importa una cosa, que pienses que tu deseo se ha cumplido y que creas en ella.
            –Mmmm, ahora lo entiendo –la niña zombi miró al chico– tu eres la estrella, y me acabas de tocar… ¡Escucha! ¿Has oído eso? Dos toques de cuerno, ¿sabes lo que significa? –Delia sonreía ampliamente.
            –Dos toques significa que vienen los salvajes; y tenemos un juramento que cumplir –el chico estrella también sonreía.
           

            Y desde ese día la niña zombi y el chico estrella jugaron todas las tardes, durante el resto de su no-vida y jamás se cansaron de ser, en el fondo de sus corazones, la estrella de la niñez eterna.

martes, 30 de julio de 2013

Movimiento

Bajamos corriendo por la colina persiguiendo al viento,
descalzos y sintiendo la hierba y las hojas secas
caídas de los árboles en nuestros pies.
El suelo que pisamos está mullido y fresco;
también ligeramente húmedo,
pues hace tan solo unos instantes que ha dejado de llover.
Ahora el sol ilumina los campos
y se puede contemplar el arcoíris a lo lejos.
Y bajamos corriendo cogidos de la mano,
persiguiendo al viento.

Hace solo un rato estábamos en lo alto,
bajo un fresno, resguardados bajo su frondosa copa
escondiéndonos de la lluvia, besándonos entre gotas
que saltaban y resbalaban, que caían
se escapan como arena entre los dedos,
y nuestras manos, enredadas bajo nuestra ropa;
jugaban con la inocencia de la tormenta,
con las escasas nubes grises
que poco a poco escampaban
al encenderse nuestras miradas.


Todo es perfecto, entre la tierra y el cielo; dos latidos,
los lazos que forman nuestros “te quiero”,
el gozo del paisaje pasajero corriendo colina abajo.
La risa lanzada al viento perseguido,
las esencias de este paraje efímero,
el rastro de nuestras huellas en este atajo
que lleva directamente a las estrellas.
Y subimos, soñando, siguiendo al viento
y siempre disfrutando, como niños
que se divierten; jugando.

miércoles, 5 de junio de 2013

Sombras

Misterios que el sol esclarece
y de la realidad se ocultan.
Dramas, que el gris engrandece,
que por las calles caminan,
que en susurros, me persiguen
al doblar la esquina.

Donde está la luz, hay sombras;
y mientras amanece
en la oscuridad esperan tranquilas,
 el cantar del gallo
en la oscuridad esperan tranquilas,
el brillo del alba
en la oscuridad esperan tranquilas,
aguardando el día.


Sombras, temidas desconocidas,
buscadas a veces en soledad
para escapar a escondidas
de nuestra cruel realidad.
Así pues, amar las sombras
es tener miedo a la vida.

Simplemente, las sombras, ahí están
y cuando amanece
por las calles se pasearán,
al cantar el gallo
a nuestras espaldas danzarán,
al brillar el alba
con los colores y las formas jugarán,
y de noche, marcharán.

domingo, 28 de abril de 2013

Fénix

      Cuenta la leyenda que en un pueblo de pescadores remoto y humilde, un día bajó una vez volando un ave de fuego y se posó sobre una barca vieja. Al lado descansaba tumbado sobre una esterilla un pescador muy anciano, al principio no se dio cuenta de la presencia que le acompañaba, pues el pájaro estaba allí silencioso y apagado, tremendamente triste. Un movimiento de la caña que tenía colocada, acompañado del crujir de la madera vieja, hicieron que el hombre abriera un ojo y reaccionara para atrapar a un nuevo pez que rápidamente pasó a acompañar a otros tantos que ya había pescado y que estaban en una cesta de mimbre. Y después de finalizar sus tareas y volver a lanzar la caña al mar se quedó mirando la extraña ave allí posada y que miraba el horizonte, sin mover ni una sola pluma. Los colores rojos, anaranjados y amarillos se mezclaban y un pequeño fuego bailaba al final de su cola, una cola de tres plumas largas.

            –Tú eres un fénix ¿Verdad? –Preguntó el anciano.
– ¿Qué te hace pensar eso, viejo? –El pájaro giró la cabeza y habló con voz queda.
            – Pues quizá no sea el hombre que más ha estudiado en el mundo, pero me gusta escuchar las historias que cuenta la gente, sobre todo los viajeros. Y cuando tienes tiempo para escuchar y no tienes prisa por vivir puedes aprender muchas cosas.
            – Pero eso no tiene sentido para mí, viejo. Pues yo no puedo morir como tú. Cuando mi fuego se extingue es solo para volver a encenderse después, más vivo y más fuerte.
            – ¿Y por eso estás triste?
            – Si, eso entre otras cosas. Dime, ¿cuantos fénix has visto? No hace falta que contestes, ya te lo digo yo; acabas de ver el primero y el último.
            – Creo que sé a qué te refieres. Es una lástima encontrarse solo y con todo el tiempo del mundo, a veces no sabes que hacer. Pero mírame a mí amigo, he sobrevivido a mis hijos y a mi esposa, podría decirse que estoy en una situación similar a la tuya, pero con una diferencia, mi tiempo se acabará algún día.
            – Vaya, lo siento viejo, al menos yo no he tenido que enfrentarme a la perdida de ningún familiar, pues nunca los he tenido. Supongo que cada cual tiene sus penas y sus preocupaciones. –El pájaro se quedó pensativo durante unos instantes. –Solo es cuestión de adaptarse, de sobreponerse. Sabes viejo, muchas veces he escuchado que el ave fénix es fuerte porque siempre renace de sus cenizas. Es mentira, no me conocen, precisamente esa es mi debilidad, mi condena; tu condena no puede ser tu fortaleza, eso es un sinsentido.
            – Es irónico, pero dirán eso porque nunca habrán tenido la oportunidad de hablar con un fénix, nunca habrán visto a un ser legendario llorar de tristeza; y por eso yo ahora me siento un poco más afortunado. Ya te lo he dicho antes, el truco está en escuchar.
            – Viejo, eres un hombre sabio. Quiero pedirte una cosa, creo que no lo he hecho nunca, pero me gustaría seguir manteniendo este tipo de conversaciones, quiero que me enseñes a escuchar.
            – Bien, pero yo quiero algo a cambio. La edad me ha enseñado a negociar y a pedir sin reparos. Cuando vayas en busca de alguien a quien escuchar quiero que observes el camino que recorres y que me lo cuentes cuando vuelvas, con todo tipo de detalles. Quiero que me cuentes de qué color es la tierra que cruzas, quiero que me describas las plantas, el cielo y los animales que te cruces. Quiero que te fijes en la gente, en sus casas, en sus ropas y que te deleites con el olor de la comida que cocinan. ¿Harás eso por un viejo que no ha visto mundo?
            –Trato hecho viejo, cada vez que vuelva te daré todo tipo de detalles.

            Y así ocurrió, el fénix partió de inmediato y se dejó la tristeza que había traído en la barca del pescador. Voló lejos y observó todo aquello que se cruzaba en su camino; se recreaba con todo y las salidas se hacían largas, de varios días de duración incluso. Cruzó mares verdes y azules, vio bosques frondosos, montañas nevadas, desiertos, bastas llanuras, pequeños pueblos, palacios, fortalezas y muchísimas más cosas. Y habló con mucha gente y escuchó lo que tenían que contarle. Y siempre elegía a gente peculiar, un hombre ciego que pedía limosna en la calle, una chica joven que escribía poesía a la sombra de un árbol, una anciana que iba todos los días a llevar flores a su esposo a la tumba, un leñador que cortaba leña para poder calentarse él y su familia durante el invierno. Cada vez que volvía al pueblo de pescadores al lado del viejo, el fénix parecía un poco más feliz y el hombre disfrutaba con la descripción de todos esos lugares que había visto el pájaro. Y durante mucho tiempo fueron grandes amigos.

            Finalmente, un buen día al volver el fénix vio al viejo tumbado en su esterilla y descendió a posarse sobre la barca. Y una vez allí comenzó a contar su nueva experiencia.
            – Esta vez ha sido increíble amigo, salí de aquí hacia el sur, siguiendo la costa todo el tiempo, volando cerca de las aves migratorias, pero yo iba mucho más bajo, a pocos metros del suelo. Y podía escuchar el sonido de las olas y como se adentraban en la arena creando una espuma blanca. El olor, olía a sal y a vida, como debe oler la tierra bañada por el agua. Después de las playas el paisaje se convertía en acantilados donde las olas rompían contra la roca, luchando ferozmente. Cuando me cansé de seguir la costa giré hacia el oeste, al interior, sobrevolando un bosque de árboles con las hojas doradas por el otoño y allí descubrí una cabaña hecha de troncos y decidí bajar. En ella encontré a un hombre en el porche, pintando con sus dedos desnudos sobre un lienzo. Al verme posarme en la baranda me observó y me dijo que no me moviera, que necesitaba retratarme, así que me quedé allí quieto hasta que terminó. Una vez hubo terminado estuvimos hablando durante mucho rato y me dio las gracias por haber perdido parte de mi tiempo con él. Yo le respondí lo que tú me dijiste una vez amigo, que no tenía prisa por vivir. –El fénix batió las alas y se posó al lado del viejo pescador, se acercó al hombre que yacía sobre la esterilla y le susurró al oído –Gracias por haberme enseñado a no tener prisa por vivir, gracias por no haber tenido prisa por morir, descansa en paz amigo.

                               

            Acto seguido, el fénix se convirtió en una inmensa bola de fuego que calcinó varios metros a la redonda, y no quedó rastro alguno de la barca, ni de la caña, ni del amarradero y desde luego, no quedó rastro del cuerpo del sabio y anciano pescador, que se convirtió en cenizas. Cenizas de las que surgió, otra vez, el ave fénix.


martes, 23 de abril de 2013

Me encantaría creerme


Quiero… quiero llenar unos globos de helio y atarlos a mi corazón, los suficientes para que consiga elevarse alto y que llegue lejos, muy lejos. Y cuando caiga que alguien lo encuentre y se lo quede, porque yo no lo necesito, está roto, ya no sirve, ya no consigue querer a nadie. Llevará consigo una nota, explicando los motivos por los que he decidido que ya no lo necesito y también dirá en esa nota que una vez amó, que hubo alguien por quien latía, pero se averió porque no fue correspondido.


Quiero coger mis recuerdos y juntarlos todos, meterlos en una caja de madera y dejarlos a la deriva en el mar, para que se marchen acunados por las olas a la otra punta del mundo, y quizá con un poco de suerte la caja zozobrará y todos esos pensamientos se derramarán para mezclarse con el agua salada. Y allí flotarán hasta que alguna red los atrape, y quien los encuentre no sabrá de donde han venido ni a quién pertenecen. Aunque en ellos saldrán unos ojos verdes de mujer; pero no importa, porque ya no serán míos, ni los recuerdos, ni los ojos verdes.


Quiero coger un cuchillo y abrir mi estómago, y dejar que se escapen volando alegres las mariposas, que se vayan para siempre. Y cuando ya no quede ninguna pienso rellenar ese espacio vacío de cemento, para nunca más dejarme engañar por sus aleteos, para evitar que me hagan sentir esas agradables cosquillas. Porque ellas no entienden las órdenes del cerebro, son ingenuas y rebeldes, como tú; bonitas y alegres, como tú; son inquietas y dispersas, como tú; son el síntoma de que te quiero, a ti.

Quiero engañarme y me encantaría creerme. Escribo cosas que digo que quiero, pero en realidad es mentira, lo que de verdad me gustaría es tener todo el tiempo del mundo para estar a tu lado, me gustaría que cogieras mi corazón y le pusieras una tirita, y que le dieras un tierno beso sobre la herida. Me
gustaría que encontraras la caja de mis recuerdos, y que los observaras todos, uno por uno, y que te dieras cuenta de que apareces en todos ellos, los felices y los tristes, los primeros, los de en medio y los últimos y que te percataras de que el final está inconcluso, y que en el recuerdo postrero pone que quiero seguir teniendo muchos más como estos, contigo. Y quiero que las mariposas se queden, y que pasen de mi estómago a mi pecho, y a mi vientre, y a mi cabeza, que recorran por dentro y por fuera todo mi cuerpo, por tu culpa, porque tu estás aquí, conmigo. Quiero engañarme y me encantaría creerme.

martes, 29 de enero de 2013

Ajedrez


Me encuentro contigo ante blanco y negro,
dispuestos a empezar el juego,
y un paso al frente como primer movimiento;
confrontamos nuestros ejércitos. 
Soldados sin estandarte ni bandera,
sin escudos, sin espadas ni armaduras
tan solo se tratan de figuras de madera
movidos por dos fuerzas oscuras.
Avanzamos lentamente, entre blanco y negro
y medimos nuestras fuerzas en el tablero.
Sacrificios necesarios para alcanzar objetivos,
caen torres y caballeros en el olvido.
La ambición lleva a un último ataque,
se lanza el alfil al negro amenazando
se lanza la reina al blanco arrinconando
y al rey le dan jaque, y llega el miedo
a su corazón atenazado, e intenta huir
y cae arrodillado, otra vez jaque
pero esta vez se ha acabado,
esta vez es jaque mate.
Y me quedo pensando, derrotado
sentado, intentando recordar cuando aprendí
a jugar a a tan maravilloso juego,
me quedo añorando, frente a mi viejo tablero.


miércoles, 16 de enero de 2013

Mi nariz de payaso


Hoy me levantado con una fijación,
me he levantado buscando mi nariz de payaso.
Y cuál ha sido mi sorpresa, que terrible decepción
cuando he mirado el lugar en el que debería estar
cuando he mirado ese espacio de mi habitación;
y solo he encontrado folios y un calzador.
¿Dónde habrá ido a parar mi roja nariz de payaso?

La he buscado sin descanso, por cualquier rincón;
he mirado en los estantes, en los cajones
he abierto cajas donde guardaba recuerdos,
he encontrado risas, libros, papeles, canciones,
aparatos viejos, flores origami, corazones,
muñecos de plastilina, miniaturas, billetes de avión...
Pero nada, volviendo al caso, no había ni rastro
¿A dónde se habrá marchado mi alegre nariz de payaso?

Quizá haya ido a vivir donde habitan las pelusas,
quizá se haya marchado a donde nacen los mosquitos,
quizá se haya largado a cruzar el mar en barco,
quizá se fue buscando otras narices a un circo.
Bueno, sea como fuere, volviendo al caso
Ya nunca volveré a ver mi gran nariz de payaso.

¿Se habrá llevado con ella mi espíritu de niño?
¿Portará en sus maletas los recuerdos de mi infancia?
¿Se irá con mis ilusiones guardadas en los bolsillos?
¿Se llevará mis futuras sonrisas y me quedaré vacío?
Bueno, mejor no pensar en eso, volviendo al caso.
Ya solo me queda añorar a mi nariz de payaso.

Me levanto y voy al baño para lavarme la cara;
¡y vaya!¡que sorpresa! cuando me miro al espejo,
descubro en mi rostro perplejo; una gran bola roja,
mírala, feliz y enorme, redondita y colorada...
y que curioso, adherida, pegada ¡Fusionada!
y nunca la podré despegar, me acompañará
para siempre, durante el resto de mi vida
y me recordará que tendré siempre conmigo
en mi interior un niño y fuera, una nariz de payaso.