Bajamos corriendo por la colina persiguiendo al viento,
descalzos y sintiendo la hierba y las hojas secas
caídas de los árboles en nuestros pies.
El suelo que pisamos está mullido y fresco;
también ligeramente húmedo,
pues hace tan solo unos instantes que ha dejado de
llover.
Ahora el sol ilumina los campos
y se puede contemplar el arcoíris a lo lejos.
Y bajamos corriendo cogidos de la mano,
persiguiendo al viento.
Hace solo un rato estábamos en lo alto,
bajo un fresno, resguardados bajo su frondosa copa
escondiéndonos de la lluvia, besándonos entre gotas
que saltaban y resbalaban, que caían
se escapan como arena entre los dedos,
y nuestras manos, enredadas bajo nuestra ropa;
jugaban con la inocencia de la tormenta,
con las escasas nubes grises
que poco a poco escampaban
al encenderse nuestras miradas.
Todo es perfecto, entre la tierra y el cielo; dos latidos,
los lazos que forman nuestros “te quiero”,
el gozo del paisaje pasajero corriendo colina abajo.
La risa lanzada al viento perseguido,
las esencias de este paraje efímero,
el rastro de nuestras huellas en este atajo
que lleva directamente a las estrellas.
Y subimos, soñando, siguiendo al viento
y siempre disfrutando, como niños
que se divierten; jugando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario