¿Alguna
vez os han contado una historia extraña, de esas que no tienen ni pies ni
cabeza? ¿No? Pues bien, esta es una de esas historias. Un cuento que comienza
después de un día muy largo, un día tras el cual uno no recuerda ni cómo, ni
cuándo amaneció. Y ese día hubiese sido normal de no ser porque se desató una
epidemia zombi. Y claro, era de esperar que el mundo desde ese preciso instante
diese un pequeño cambio, lo que a los escritores del destino les gusta llamar,
giro argumental. Y pasaron años de apocalipsis… pero finalmente la situación se
normalizó.
Ahora bien, paralelamente a estos sucesos tenemos la
historia de una niña de solo 8 años, que en el día Z (así llamaremos al día del
suceso desencadenante) había estado en el parque, jugando con un chico algo
mayor que ella pero que disfrutaba de los juegos de los más pequeños. Y en los
típicos columpios esos de troncos que parecen pequeñas fortalezas de madera, se
inventaron juegos como “El ataque al muro y la Guardia de la Noche” y “Defender
la cárcel del Gobernador”; y allí pasaron horas, luchando contra seres
imaginarios. La tarde maduraba y pronto se tendrían que marchar a casa, ambos,
cada uno por su camino, pero antes tuvieron una conversación, mientras balanceaban
sus piernas al borde del muro.
–Sabes Delia, hace tiempo que
no me sentía como un niño de verdad –decía el niño, mientras miraba como
distraído al frente–. Crecer es un rollo, se supone que tienes que hacer cosas
que se corresponden con tu nueva edad, aunque a veces no te gusten. Y todo se
vuelve más complicado. Pero bueno, de vez en cuando te puedes escapar y pasar
tardes divertidas pensando en zombis que vienen a atacarnos, o imaginando que
eres un astronauta que viaja lejos buscando la estrella de la niñez eterna.
–A mí me gustan los zombis –respondió la niña– y también me gustan las estrellas y los viajes por el espacio en nave espacial. Pero no conozco la estrella de la niñez eterna.
–A mí me gustan los zombis –respondió la niña– y también me gustan las estrellas y los viajes por el espacio en nave espacial. Pero no conozco la estrella de la niñez eterna.
–Aaaah, claro, poca gente la conoce. Es una leyenda que
me contaba mi abuelo. Dicen que en el espacio existe una estrella muy brillante
que se va paseando por toda la galaxia, y que si consigues alcanzarla te
concede un poder especial. Cuando tocas esa estrella, que es mágica, te
contagia con su energía y te permite volver atrás en el tiempo siempre que
quieras, a revivir momentos felices del pasado, momentos en los que todavía
eres un niño y que tu única preocupación es divertirte.
–¡¡Aaaaaaala, yo quiero tocar esa estrella!! Yo en verdad
no quiero crecer nunca, es lo que más deseo. Yo quiero venir todas las tardes y
jugar contigo en el parque. ¿Mañana vendrás a jugar conmigo al parque?
–Claro que sí, para mi venir aquí es como si hubiese
tocado la estrella de la niñez eterna.
Y así se despidieron esos dos niños. Y poco después se
convirtieron en zombis y nunca más volvieron a verse. Pero Delia, años más
tarde volvió al parque a jugar por las tardes; cuando la población zombi se
había estabilizado y vivían (bueno, lo de vivir es un decir) en una extraña
situación de armonía con el rebaño humano vivo al que habían sometido, no sin
la ya típica guerra, en la que hubieron innumerables bajas.
Y la niña estaba nostálgica, pues no conocía a más zombis
niños con los que jugar y se acordaba de aquel chico que conoció justo el día
Z. Y se subió al Muro a disparar flechas a los salvajes, y cuando sonaron los
tres toques del cuerno, supo que venían los Otros y que la batalla sería mucho
más dura y cruenta. Y después, corrió por el puente hasta el bloque de celdas,
pues los hombres del Gobernador querían echarla a ella y a los suyos de la
cárcel, pero habían decidido que ya no iban a huir más, y que iban a hacerles
frente. No iban a huir. Huir. Eso es lo que estaba haciendo ella, huir; escapar
de la realidad. A estas alturas ya tenía unos cuantos años más de 8, aunque
físicamente no envejecía. Y aun recordaba a aquel niño. Y miró al cielo, y vio
que una de las estrellas brillaba más que las otras… y deseó que fuera la
estrella de la niñez eterna. Y de repente titiló en el cielo, y salió disparada
surcando la noche, para perderse en el horizonte.
La niña zombi pidió un deseo… cerró los ojos y esperó un
ratito antes de abrirlos para saber si se había cumplido. Cuando volvió a mirar
el cielo la estrella de la niñez eterna no estaba, y no pudo tocarla. Se quedó
allí, decepcionada pues lo que había pedido no se había hecho realidad. Se
levantó y al girarse para cruzar el puente de troncos colgantes del columpio,
vio a alguien al otro lado. El chico se acercó a donde estaba Delia.
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–Claro que no se ha cumplido, he pedido tocar la estrella
de la niñez eterna, pero no he podido, no ha bajado a mi alcance –la niña zombi
estaba realmente defraudada e indignada–. ¡Y en realidad es todo una tontería!
¡Esa estrella no existe! ¡Y tú eres un mentiroso! ¿Por qué me engañaste?
–Yo no te engañé –dijo el chico en tono condescendiente
mientras se acuclillaba para ponerse a la altura de la niña y le cogía la mano–
yo también pensé que era mentira. La misma noche que nos despedimos, yo vi una
estrella fugaz, y pedí un deseo, probablemente el mismo que has pedido tú. Pedí
no crecer más, pedí repetir esta tarde siempre, durante el resto de mi vida. Y
luego pasó toda esa historia de la epidemia Z.
–Entonces no tiene solución, sin esa estrella seguiremos
creciendo.
– ¡No, te equivocas! Esa estrella existe, solo tienes que
creer en ella, porque a ella le da igual el tiempo que pase, le dan igual los
años y las arrugas, a ella solo le importa una cosa, que pienses que tu deseo
se ha cumplido y que creas en ella.
–Mmmm, ahora lo entiendo –la niña zombi miró al chico– tu
eres la estrella, y me acabas de tocar… ¡Escucha! ¿Has oído eso? Dos toques de
cuerno, ¿sabes lo que significa? –Delia sonreía ampliamente.
–Dos toques significa que vienen los salvajes; y tenemos
un juramento que cumplir –el chico estrella también sonreía.
Y desde ese día la niña zombi y el chico estrella jugaron
todas las tardes, durante el resto de su no-vida y jamás se cansaron de ser, en
el fondo de sus corazones, la estrella de la niñez eterna.
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