Cuentan las leyendas que hace mucho tiempo en una cabaña
de madera, en la parte más profunda de un bosque, vivía un brujo excéntrico que
se obsesionaba cada vez con una cosa distinta. La última de sus obsesiones, que
le había mantenido ocupado durante los últimos años, era encontrar la felicidad
y para ello dedicó grandes esfuerzos. Leyó una enorme cantidad de libros de
filosofía, religión, romances, poesía e incluso de aventuras. Estudió
diferentes tipos de reacciones químicas y procesos biológicos. Meditó sobre los
conceptos abstractos, sobre el arte y sobre la cultura. Y sobre todo observó,
viajó por muchos lugares observando a la gente y sus comportamientos,
observando la naturaleza y todo aquello que pudiese influir en la felicidad de
una persona.
Y
allí, sobre su mesa de estudio, dentro de su cabaña, había construido un gran
puzle y cada una de las piezas representaba una parte de lo que él consideraba
fundamental para conseguir la felicidad.
Pero el puzle tenía una peculiaridad, todas sus piezas eran piezas mágicas y
podían encajar de distintas formas dependiendo de quién lo construyera; y el
resultado siempre era una imagen animada representativa de lo que el brujo
llamó “el eje de la felicidad”. Con su obra terminada, su siguiente paso fue buscar a personas felices
y pedirles que completaran ese puzle; para comprobar que funcionaba.
Al
primero que se encontró fue a un viejecito que iba dirigiendo un carromato
tirado por dos mulas y cargado de heno, con su sombrero de paja guareciéndole
del sol y con una sonrisa mellada y amplia en su rostro. El brujo se acercó y
le preguntó si se sentía un hombre feliz; y recibió un inmediato sí. Entonces
le pidió que hiciese el puzle, y escogió las piezas de la familia, del hogar,
el sol, un perro y un bebé; entre muchas otras. Y finalmente después de
completar el puzle se había dibujado una granja en la que una mujer acunaba un
bebé, seguramente el nieto del viejecito, y esa imagen cambiaba para mostrar a
toda la familia reunida alrededor de una gran mesa, disfrutando de una escasa
pero agradable comida, todos juntos.
A
continuación encontró a dos niños que jugaban en un rio, y también les propuso
hacer el puzle. Y como resultado salieron un montón de imágenes de diversos
juegos, fruto de la despreocupación y una desbordante imaginación; pues eso era
lo que hacía felices a los niños. Luego encontró a un monje que eligió las
piezas de la fe, de la naturaleza, de la generosidad y de dios; y su resultado
fue un maravilloso cuadro en el cual la sintonía entre el alma y el cuerpo era
absoluta, siempre ante un fondo de luz blanca cubierto de ángeles.
Pero
el brujo seguía teniendo una duda, un problema enorme que no conseguía
desentrañar. Por más que hiciese el puzle siempre había una pieza que no
encajaba del todo, y cuando comenzaba a formarse la imagen del eje de la
felicidad, se derrumbaba y se deshacía, mezclándose todos los colores y todas
las formas. Preocupado comenzó a caminar por el bosque, y después siguió el
cauce de un río, y cuando el viento sopló hacia el este él se dejó llevar y
continuó hasta llegar a un prado. Y en su camino iba totalmente absorto dándole
vueltas a su propia felicidad. Hasta que sin darse cuenta llegó hasta un árbol
enorme y se sentó sobre una piedra, a la sombra. Y se dio cuenta de que había
llegado hasta allí siguiendo una melodía.
Cuando
alzó la vista buscando de dónde provenía ese agradable sonido descubrió a una
chica tocando una flauta. Ella estaba
recostada sobre el tronco del árbol, con sus ojos cerrados y sus cabellos rojos
rodeando su cuello y cayendo sobre su pecho. Llevaba un vestido blanco de tela
vaporosa, y su manga derecha había resbalado dejando al descubierto su hombro y
su clavícula. Allí sentada, disfrutando de su música, como si nada importara.
Sin duda el brujo pensó que debía ser un ser mágico, pues no había contemplado
jamás tanta belleza y dulzura juntas. Y simplemente se quedó allí, escuchándola
tocar y observándola.
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El
brujo volvió a su cabaña, y buscó rápidamente los materiales para incorporar
una nueva pieza al puzle. Cuando hubo terminado la imbuyó de magia como había
hecho con todas las demás, se sentó durante un rato a meditar y sentía el
corazón galopando en su pecho, nervioso, emocionado y entusiasmado. Volvió a
construir su puzle añadiendo esta nueva pieza, un hada pelirroja
que estaba tocando la flauta, rodeada de pentagramas y claves de sol. Y esta vez sí. Delante de él se formó un
maravilloso cuadro. El sol se alzaba en un horizonte anaranjado sobre un prado
con un árbol enorme; y allí estaba ella, con sus cabellos rojos y su vestido
blanco, con sus ojos pardos y una sonrisa que se escapaba inocente de sus
labios. Y así fue, como una melodía atrajo al desdichado brujo a la senda de la
felicidad.
Ce conte est pour toi, ma jolie fée
Ce conte est pour toi, ma jolie fée
1 comentario:
Realmente fue una de las leyendas mas increibles que he leido...¿De donde la sacaste? ¿O fue tu invento? EXELENTE :D de verdad lo he meditado mucho mientras leía.
Te invito a pasar por mi blog :)
Espero una respuesta ! pronto! :)
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