domingo, 28 de abril de 2013

Fénix

      Cuenta la leyenda que en un pueblo de pescadores remoto y humilde, un día bajó una vez volando un ave de fuego y se posó sobre una barca vieja. Al lado descansaba tumbado sobre una esterilla un pescador muy anciano, al principio no se dio cuenta de la presencia que le acompañaba, pues el pájaro estaba allí silencioso y apagado, tremendamente triste. Un movimiento de la caña que tenía colocada, acompañado del crujir de la madera vieja, hicieron que el hombre abriera un ojo y reaccionara para atrapar a un nuevo pez que rápidamente pasó a acompañar a otros tantos que ya había pescado y que estaban en una cesta de mimbre. Y después de finalizar sus tareas y volver a lanzar la caña al mar se quedó mirando la extraña ave allí posada y que miraba el horizonte, sin mover ni una sola pluma. Los colores rojos, anaranjados y amarillos se mezclaban y un pequeño fuego bailaba al final de su cola, una cola de tres plumas largas.

            –Tú eres un fénix ¿Verdad? –Preguntó el anciano.
– ¿Qué te hace pensar eso, viejo? –El pájaro giró la cabeza y habló con voz queda.
            – Pues quizá no sea el hombre que más ha estudiado en el mundo, pero me gusta escuchar las historias que cuenta la gente, sobre todo los viajeros. Y cuando tienes tiempo para escuchar y no tienes prisa por vivir puedes aprender muchas cosas.
            – Pero eso no tiene sentido para mí, viejo. Pues yo no puedo morir como tú. Cuando mi fuego se extingue es solo para volver a encenderse después, más vivo y más fuerte.
            – ¿Y por eso estás triste?
            – Si, eso entre otras cosas. Dime, ¿cuantos fénix has visto? No hace falta que contestes, ya te lo digo yo; acabas de ver el primero y el último.
            – Creo que sé a qué te refieres. Es una lástima encontrarse solo y con todo el tiempo del mundo, a veces no sabes que hacer. Pero mírame a mí amigo, he sobrevivido a mis hijos y a mi esposa, podría decirse que estoy en una situación similar a la tuya, pero con una diferencia, mi tiempo se acabará algún día.
            – Vaya, lo siento viejo, al menos yo no he tenido que enfrentarme a la perdida de ningún familiar, pues nunca los he tenido. Supongo que cada cual tiene sus penas y sus preocupaciones. –El pájaro se quedó pensativo durante unos instantes. –Solo es cuestión de adaptarse, de sobreponerse. Sabes viejo, muchas veces he escuchado que el ave fénix es fuerte porque siempre renace de sus cenizas. Es mentira, no me conocen, precisamente esa es mi debilidad, mi condena; tu condena no puede ser tu fortaleza, eso es un sinsentido.
            – Es irónico, pero dirán eso porque nunca habrán tenido la oportunidad de hablar con un fénix, nunca habrán visto a un ser legendario llorar de tristeza; y por eso yo ahora me siento un poco más afortunado. Ya te lo he dicho antes, el truco está en escuchar.
            – Viejo, eres un hombre sabio. Quiero pedirte una cosa, creo que no lo he hecho nunca, pero me gustaría seguir manteniendo este tipo de conversaciones, quiero que me enseñes a escuchar.
            – Bien, pero yo quiero algo a cambio. La edad me ha enseñado a negociar y a pedir sin reparos. Cuando vayas en busca de alguien a quien escuchar quiero que observes el camino que recorres y que me lo cuentes cuando vuelvas, con todo tipo de detalles. Quiero que me cuentes de qué color es la tierra que cruzas, quiero que me describas las plantas, el cielo y los animales que te cruces. Quiero que te fijes en la gente, en sus casas, en sus ropas y que te deleites con el olor de la comida que cocinan. ¿Harás eso por un viejo que no ha visto mundo?
            –Trato hecho viejo, cada vez que vuelva te daré todo tipo de detalles.

            Y así ocurrió, el fénix partió de inmediato y se dejó la tristeza que había traído en la barca del pescador. Voló lejos y observó todo aquello que se cruzaba en su camino; se recreaba con todo y las salidas se hacían largas, de varios días de duración incluso. Cruzó mares verdes y azules, vio bosques frondosos, montañas nevadas, desiertos, bastas llanuras, pequeños pueblos, palacios, fortalezas y muchísimas más cosas. Y habló con mucha gente y escuchó lo que tenían que contarle. Y siempre elegía a gente peculiar, un hombre ciego que pedía limosna en la calle, una chica joven que escribía poesía a la sombra de un árbol, una anciana que iba todos los días a llevar flores a su esposo a la tumba, un leñador que cortaba leña para poder calentarse él y su familia durante el invierno. Cada vez que volvía al pueblo de pescadores al lado del viejo, el fénix parecía un poco más feliz y el hombre disfrutaba con la descripción de todos esos lugares que había visto el pájaro. Y durante mucho tiempo fueron grandes amigos.

            Finalmente, un buen día al volver el fénix vio al viejo tumbado en su esterilla y descendió a posarse sobre la barca. Y una vez allí comenzó a contar su nueva experiencia.
            – Esta vez ha sido increíble amigo, salí de aquí hacia el sur, siguiendo la costa todo el tiempo, volando cerca de las aves migratorias, pero yo iba mucho más bajo, a pocos metros del suelo. Y podía escuchar el sonido de las olas y como se adentraban en la arena creando una espuma blanca. El olor, olía a sal y a vida, como debe oler la tierra bañada por el agua. Después de las playas el paisaje se convertía en acantilados donde las olas rompían contra la roca, luchando ferozmente. Cuando me cansé de seguir la costa giré hacia el oeste, al interior, sobrevolando un bosque de árboles con las hojas doradas por el otoño y allí descubrí una cabaña hecha de troncos y decidí bajar. En ella encontré a un hombre en el porche, pintando con sus dedos desnudos sobre un lienzo. Al verme posarme en la baranda me observó y me dijo que no me moviera, que necesitaba retratarme, así que me quedé allí quieto hasta que terminó. Una vez hubo terminado estuvimos hablando durante mucho rato y me dio las gracias por haber perdido parte de mi tiempo con él. Yo le respondí lo que tú me dijiste una vez amigo, que no tenía prisa por vivir. –El fénix batió las alas y se posó al lado del viejo pescador, se acercó al hombre que yacía sobre la esterilla y le susurró al oído –Gracias por haberme enseñado a no tener prisa por vivir, gracias por no haber tenido prisa por morir, descansa en paz amigo.

                               

            Acto seguido, el fénix se convirtió en una inmensa bola de fuego que calcinó varios metros a la redonda, y no quedó rastro alguno de la barca, ni de la caña, ni del amarradero y desde luego, no quedó rastro del cuerpo del sabio y anciano pescador, que se convirtió en cenizas. Cenizas de las que surgió, otra vez, el ave fénix.


martes, 23 de abril de 2013

Me encantaría creerme


Quiero… quiero llenar unos globos de helio y atarlos a mi corazón, los suficientes para que consiga elevarse alto y que llegue lejos, muy lejos. Y cuando caiga que alguien lo encuentre y se lo quede, porque yo no lo necesito, está roto, ya no sirve, ya no consigue querer a nadie. Llevará consigo una nota, explicando los motivos por los que he decidido que ya no lo necesito y también dirá en esa nota que una vez amó, que hubo alguien por quien latía, pero se averió porque no fue correspondido.


Quiero coger mis recuerdos y juntarlos todos, meterlos en una caja de madera y dejarlos a la deriva en el mar, para que se marchen acunados por las olas a la otra punta del mundo, y quizá con un poco de suerte la caja zozobrará y todos esos pensamientos se derramarán para mezclarse con el agua salada. Y allí flotarán hasta que alguna red los atrape, y quien los encuentre no sabrá de donde han venido ni a quién pertenecen. Aunque en ellos saldrán unos ojos verdes de mujer; pero no importa, porque ya no serán míos, ni los recuerdos, ni los ojos verdes.


Quiero coger un cuchillo y abrir mi estómago, y dejar que se escapen volando alegres las mariposas, que se vayan para siempre. Y cuando ya no quede ninguna pienso rellenar ese espacio vacío de cemento, para nunca más dejarme engañar por sus aleteos, para evitar que me hagan sentir esas agradables cosquillas. Porque ellas no entienden las órdenes del cerebro, son ingenuas y rebeldes, como tú; bonitas y alegres, como tú; son inquietas y dispersas, como tú; son el síntoma de que te quiero, a ti.

Quiero engañarme y me encantaría creerme. Escribo cosas que digo que quiero, pero en realidad es mentira, lo que de verdad me gustaría es tener todo el tiempo del mundo para estar a tu lado, me gustaría que cogieras mi corazón y le pusieras una tirita, y que le dieras un tierno beso sobre la herida. Me
gustaría que encontraras la caja de mis recuerdos, y que los observaras todos, uno por uno, y que te dieras cuenta de que apareces en todos ellos, los felices y los tristes, los primeros, los de en medio y los últimos y que te percataras de que el final está inconcluso, y que en el recuerdo postrero pone que quiero seguir teniendo muchos más como estos, contigo. Y quiero que las mariposas se queden, y que pasen de mi estómago a mi pecho, y a mi vientre, y a mi cabeza, que recorran por dentro y por fuera todo mi cuerpo, por tu culpa, porque tu estás aquí, conmigo. Quiero engañarme y me encantaría creerme.