martes, 11 de marzo de 2014

Puzles

Cuentan las leyendas que hace mucho tiempo en una cabaña de madera, en la parte más profunda de un bosque, vivía un brujo excéntrico que se obsesionaba cada vez con una cosa distinta. La última de sus obsesiones, que le había mantenido ocupado durante los últimos años, era encontrar la felicidad y para ello dedicó grandes esfuerzos. Leyó una enorme cantidad de libros de filosofía, religión, romances, poesía e incluso de aventuras. Estudió diferentes tipos de reacciones químicas y procesos biológicos. Meditó sobre los conceptos abstractos, sobre el arte y sobre la cultura. Y sobre todo observó, viajó por muchos lugares observando a la gente y sus comportamientos, observando la naturaleza y todo aquello que pudiese influir en la felicidad de una persona.

                Y allí, sobre su mesa de estudio, dentro de su cabaña, había construido un gran puzle y cada una de las piezas representaba una parte de lo que él consideraba fundamental  para conseguir la felicidad. Pero el puzle tenía una peculiaridad, todas sus piezas eran piezas mágicas y podían encajar de distintas formas dependiendo de quién lo construyera; y el resultado siempre era una imagen animada representativa de lo que el brujo llamó “el eje de la felicidad”. Con su obra terminada, su siguiente paso fue buscar a personas felices y pedirles que completaran ese puzle; para comprobar que funcionaba.

                Al primero que se encontró fue a un viejecito que iba dirigiendo un carromato tirado por dos mulas y cargado de heno, con su sombrero de paja guareciéndole del sol y con una sonrisa mellada y amplia en su rostro. El brujo se acercó y le preguntó si se sentía un hombre feliz; y recibió un inmediato sí. Entonces le pidió que hiciese el puzle, y escogió las piezas de la familia, del hogar, el sol, un perro y un bebé; entre muchas otras. Y finalmente después de completar el puzle se había dibujado una granja en la que una mujer acunaba un bebé, seguramente el nieto del viejecito, y esa imagen cambiaba para mostrar a toda la familia reunida alrededor de una gran mesa, disfrutando de una escasa pero agradable comida, todos juntos.



                A continuación encontró a dos niños que jugaban en un rio, y también les propuso hacer el puzle. Y como resultado salieron un montón de imágenes de diversos juegos, fruto de la despreocupación y una desbordante imaginación; pues eso era lo que hacía felices a los niños. Luego encontró a un monje que eligió las piezas de la fe, de la naturaleza, de la generosidad y de dios; y su resultado fue un maravilloso cuadro en el cual la sintonía entre el alma y el cuerpo era absoluta, siempre ante un fondo de luz blanca cubierto de ángeles.

                Pero el brujo seguía teniendo una duda, un problema enorme que no conseguía desentrañar. Por más que hiciese el puzle siempre había una pieza que no encajaba del todo, y cuando comenzaba a formarse la imagen del eje de la felicidad, se derrumbaba y se deshacía, mezclándose todos los colores y todas las formas. Preocupado comenzó a caminar por el bosque, y después siguió el cauce de un río, y cuando el viento sopló hacia el este él se dejó llevar y continuó hasta llegar a un prado. Y en su camino iba totalmente absorto dándole vueltas a su propia felicidad. Hasta que sin darse cuenta llegó hasta un árbol enorme y se sentó sobre una piedra, a la sombra. Y se dio cuenta de que había llegado hasta allí siguiendo una melodía.

                Cuando alzó la vista buscando de dónde provenía ese agradable sonido descubrió a una chica tocando una flauta.  Ella estaba recostada sobre el tronco del árbol, con sus ojos cerrados y sus cabellos rojos rodeando su cuello y cayendo sobre su pecho. Llevaba un vestido blanco de tela vaporosa, y su manga derecha había resbalado dejando al descubierto su hombro y su clavícula. Allí sentada, disfrutando de su música, como si nada importara. Sin duda el brujo pensó que debía ser un ser mágico, pues no había contemplado jamás tanta belleza y dulzura juntas. Y simplemente se quedó allí, escuchándola tocar y observándola.

                Cuando la chica se percató de la presencia del hombre le brindó una amplia sonrisa y comenzó a hablar con él. Y estuvieron conversando durante mucho tiempo. Hablaron sobre música, sobre viajes, poesía y muchas más cosas. Finalmente el brujo le contó a la chica la magia de su puzle de la felicidad y ella quiso realizarlo. Eligió una gran cantidad de piezas, de todo tipo, entre las que incluyó una sonrisa, una luna, un hada, la magia y una clave de sol. Y cuando hubo terminado se formó una imagen increíble… De una clave de sol comenzaron a brotar sonidos que se convertían en colores, y esos sonidos dibujaron una noche llena de estrellas y con una gran luna y bajo su tenue resplandor se observaba la figura de un hombre en blanco y negro y lo único que se podía distinguir era su sonrisa.



                El brujo volvió a su cabaña, y buscó rápidamente los materiales para incorporar una nueva pieza al puzle. Cuando hubo terminado la imbuyó de magia como había hecho con todas las demás, se sentó durante un rato a meditar y sentía el corazón galopando en su pecho, nervioso, emocionado y entusiasmado. Volvió a construir su puzle añadiendo esta nueva pieza, un hada pelirroja que estaba tocando la flauta, rodeada de pentagramas y claves de sol. Y esta vez sí. Delante de él se formó un maravilloso cuadro. El sol se alzaba en un horizonte anaranjado sobre un prado con un árbol enorme; y allí estaba ella, con sus cabellos rojos y su vestido blanco, con sus ojos pardos y una sonrisa que se escapaba inocente de sus labios. Y así fue, como una melodía atrajo al desdichado brujo a la senda de la felicidad.

                Ce conte est pour toi, ma jolie fée