Ven aquí y muéstrame tu semblante, no ocultes tu rostro en la negrura de la noche, sé que has venido a llevarme, pero no te tengo miedo. ¡Muéstrate ser de tinieblas, sal a la luz ser del averno! Sé que estas aquí para buscarme, vienes a llevarme al infierno. Pero antes, tengo una pregunta y quiero que me respondas intentando ser sincero. ¿Tú no harías lo mismo? Se han llevado a mi esposa, su sangre han derramado sobre su vestido blanco y jamás podre borrar de mi mente aquella cara de horror, aquel gesto de espanto, aquella pálida tez vacía de vida, sus labios fríos, sus níveas mejillas y su mirada perdida.
Y henchido de cólera y venganza fui dispuesto a encontrarlos, dispuesto a darles muerte con mi escopeta de caza y siguiendo las huellas y pistas que encontré en mi casa al fin di con ellos. Les miré a la cara y por mi rostro rodaron las lágrimas, sus caras desencajadas y en sus manos la sangre de mi único amor. No me daban pena, no escuché sus suplicas, cada palabra que decían acrecentaba más mi odio; y disparé. Dos tiros certeros, a uno en la cabeza y al otro en el torso, destruyendo lo mismo que yo había perdido, por un lado el corazón que había estallado en mi pecho; y por otro, la razón.
Y después de aquel acto atroz, después de todo esto no me quedaba otra opción que volver a cargar mi escopeta. Las manos me temblaban y no podía parar de llorar, mi mundo se había vuelto caos y solo veía una forma de ponerle fin, una única forma de acabar. Y por eso estás tú aquí, para llevarme junto a ella, porque si me quedara aquí solo conseguiría enloquecer, no concibo el estar separado de la que es mi mujer. Y dime, ¿No habrías hecho tú lo mismo? Y al fin, la muerte se lo llevó, pero para tormento de su alma, a él le esperaba el infierno, con los asesinos de su mujer, mientras que ella descansaría eternamente en los jardines del Edén.