martes, 22 de diciembre de 2009

Reflexiones

Me desperté de repente, exaltado en una habitación oscura, no veía nada, todo a mi alrededor estaba en la más absoluta penumbra. Palpé con mis manos nerviosas en busca de cualquier cosa que pudiese darme una pista de donde me encontraba, y no noté más que el húmedo suelo de piedra y el catre sobre el que estaba tendido, simplemente un montón de paja con una áspera manta que la cubría. Intenté acomodar la vista, forzar mis ojos a ver, pero tan solo la negrura me esperaba. Que tremendo desasosiego el salir de un largo sueño sin ningún recuerdo de lo que había pasado anteriormente y encontrarme en este lugar.

Cuando logré armarme del valor y las fuerzas suficientes comencé a gatear por la sala, tocando los muros y el suelo, en busca de algo que me diera alguna pista de donde estaba. Empezaba a pensar en una celda, me habían encerrado por algún motivo, ¿Habría cometido acaso alguna atrocidad? ¿Por qué se me privaba incluso de la luz? No, no quería pensar en eso, yo no soy persona de mal, sería incapaz de hacerle daño a nadie, pero quizá, es posible que por venganza, por desesperación… Algo había hecho, de eso no me cabía duda, si no, ¿Por qué me sometían a esta tortura? Y pensando en mi posible crimen, me quedé dormido.

Y de repente me incorporé de un salto, sudando, atemorizado. Había sido una pesadilla horrible, un sueño dantesco y macabro, o al menos eso es lo que me obligaba a pensar. Pero la realidad era otra, seguía en la más absoluta oscuridad, en la más desalentadora de las penumbras. Llevaba poco tiempo en esa cárcel del horror, o mucho, quien sabe, ya había perdido la noción del transcurrir de los minutos, las horas o quizá los días. Me encontraba febril, sediento y hambriento, la debilidad se apoderaba de mi. Moví las manos buscando un lugar donde apoyarme para ponerme en pie y mis dedos chocaron contra algo, algún tipo de cuenco con algo de comida, y a su lado un vaso metálico y ajado, con agua. Después de comer de aquellas repugnantes gachas y beber con ansia el poco líquido que me habían proporcionado intenté levantarme. Las piernas me fallaban, las encontraba entumecidas y quebradizas, como finas ramas secas, anduve palpando las paredes por toda la sala, sin ver hacia donde me dirigía, sintiendo que cada vez era más pequeño aquel cubículo. Pronto empezó a faltarme el aire, la sensación de calor y de asfixia era apabullante, y la cabeza empezaba a darme vueltas, hasta que finalmente no pude mantenerme en pie y caí, caí y me quede inconsciente.

Pasadas las horas, o quizá al día siguiente abrí de nuevo los ojos, un tremendo dolor de cabeza me acompañaba, notaba el palpitar del corazón en el interior de mi cráneo, como un yunque al que golpea incesantemente un martillo. Aturdido busqué en vano con la mirada, pero no conseguí apreciar nada que no me hubiese sido descubierto ya, solo me acompañaba la más profunda negrura. Estaba claro, había cometido un acto atroz, la mayor de las fechorías, habría asesinado a alguien, quizá a un niño indefenso y es muy probable que después hubiese violado a su madre y también matado a su padre. O quizá era algo incluso peor… pero ¿qué puede ser peor que eso? Oh, dios mío, me había convertido en una persona despreciable, un despojo social, un ser desalmado, ya nada podrá librarme de mi castigo. En ese momento, me volví y extendí la mano en busca de el vaso, tenía la garganta reseca y dolorida, la sensación de sed era indescriptible. Y cuál fue mi sorpresa al tocar la pared, apenas estirando el brazo, aquello me horrorizó, las paredes se estaban acercando, estaba convencido, fui a buscar la otra pared, al otro extremo, con miedo, no quería que aquella teoría fuese cierta, no quería morir aplastado, poco a poco en una sala oscura. Y de repente empecé a gritar, a golpear las paredes, a llorar muerto de pánico a pedir clemencia, hasta que me quedé sin voz, y comprendí que no tenía ninguna posibilidad; así que me acurruqué en un rincón para dejarme morir y me quedé dormido.

Esperaba no volver a despertar, esperaba morir mientras dormía, no tener que sufrir más, pero el destino se deleitaba en su crueldad para conmigo y volví a recobrar la conciencia. Pero esta vez algo era distinto, algo había cambiado; al abrir los ojos me di cuenta de que cierta claridad se estaba colando en mi prisión. Intenté acomodar los ojos a la luz, y finalmente conseguí vislumbrar un pequeño punto blanco en la lejanía por el que se colaba un rayo del sol. Me levanté apoyándome en las paredes, que me dejaban el espacio justo para caminar recto, apenas quedaba distancia entre mis hombros y los muros que me enclaustraban. Las piernas débiles y temblorosas difícilmente conseguían aguantar mi peso, el dolor que recorría mis articulaciones era como agujas que alguien retorcía en el interior de mi cuerpo, disfrutando y regodeándose en mi sufrimiento. La cabeza me daba vueltas, y no podía parar de pensar en mi crimen, no podía dejar de preguntarme cual había sido mi pecado, la imperdonable falta que me había conducido a tan terrible tortura. Pero mi determinación era llegar hasta esa luz, así que comencé a caminar por aquel estrecho e interminable pasillo en dirección a una luz, que probablemente solo fuera un pequeño agujero en la pared, una falsa esperanza para seguir atormentándome.

Según me iba acercando, el aire era más fresco, una ligera brisa recorría la galería refrescando mis sentidos, haciendo que mi pelo se moviera al son de una canción que hacía mucho tiempo que no escuchaba. Volvía a sentirme vivo, la consternación dejaba paso a una creciente esperanza, el desánimo se convertía en fuerzas de flaqueza que me conducían hacia esa luz, hacia ese creciente agujero que me sacaría de aquel pozo de sombras. Los ojos empezaban a escocerme de tanta claridad, pero ahora no podía parar, la salida estaba ante mí, se me había concedido el perdón, el aire fresco me llenaba los pulmones y el ardiente astro calentaba mi piel, aquella sensación de libertad era maravillosa, de repente había conseguido olvidar todas las penurias que había pasado durante estos días. Y al fin llegué al final del túnel, y pude contemplar lo que me aguardaba, el sol, el aire fresco y un insondable abismo bajo mis pies, una abertura al vacío infinito. Pasé de la más absoluta reclusión a la total libertad, de una celda oscura y tremendamente reducida que se cernía sobre mí, a un espacio abierto al cielo infinito donde no existían ni límites ni paredes. Y entonces, solo en ese momento en el cual pasé de un extremo a otro comprendí lo que sucedía realmente.

Dicen, que el hombre sabio es aquel que aprende a vivir siendo consecuente con sus actos, que todo el mundo tiene la posibilidad de elegir, de conducir su destino y de decidir como quiere que sea su muerte. Pues bien, yo no lograba comprender eso, pensaba que estábamos predestinados a desenvolvernos de una manera determinada, que no éramos capaces de redirigir nuestro propio sino. Pero ahora conseguía discernir entre ambos extremos, entre la luz y la oscuridad, entre la esperanza y el desanimo, entre la opresión y la libertad. Y puesto que ya entendía mi situación solo me quedaba tomar una decisión. Podría haber sobrevivido en la penumbra, en aquella pequeña celda, sufriendo, malviviendo, cayendo poco a poco en la locura, escapando de vez en cuando hacia la luz y la libertad, para tomar aire, compadecerme y continuar subsistiendo de forma penosa. Pero no, preferí la otra opción, preferí volar libre, preferí sentir el viento en mi cara golpeándome con fuerza durante unos instantes, preferí el ardiente sol bañando mi piel desnuda, preferí la libertad que me ofrecía un cielo infinito, preferí sentirme vivo y lanzarme al vacío, preferí sentirme vivo y derramar una lagrima por abandonar este precioso mundo, preferí sentirme vivo y lamentarme por no descubrir antes este pequeño secreto, este pequeño detalle que nos puede revelar el camino de la felicidad, este pequeño truco para tomar el control y ser conscientes de cómo queremos que se desarrolle nuestro camino durante la larga, maravillosa y placentera aventura que es la vida.

lunes, 20 de julio de 2009

Justicia

Ven aquí y muéstrame tu semblante, no ocultes tu rostro en la negrura de la noche, sé que has venido a llevarme, pero no te tengo miedo. ¡Muéstrate ser de tinieblas, sal a la luz ser del averno! Sé que estas aquí para buscarme, vienes a llevarme al infierno. Pero antes, tengo una pregunta y quiero que me respondas intentando ser sincero. ¿Tú no harías lo mismo? Se han llevado a mi esposa, su sangre han derramado sobre su vestido blanco y jamás podre borrar de mi mente aquella cara de horror, aquel gesto de espanto, aquella pálida tez vacía de vida, sus labios fríos, sus níveas mejillas y su mirada perdida.

Y henchido de cólera y venganza fui dispuesto a encontrarlos, dispuesto a darles muerte con mi escopeta de caza y siguiendo las huellas y pistas que encontré en mi casa al fin di con ellos. Les miré a la cara y por mi rostro rodaron las lágrimas, sus caras desencajadas y en sus manos la sangre de mi único amor. No me daban pena, no escuché sus suplicas, cada palabra que decían acrecentaba más mi odio; y disparé. Dos tiros certeros, a uno en la cabeza y al otro en el torso, destruyendo lo mismo que yo había perdido, por un lado el corazón que había estallado en mi pecho; y por otro, la razón.

Y después de aquel acto atroz, después de todo esto no me quedaba otra opción que volver a cargar mi escopeta. Las manos me temblaban y no podía parar de llorar, mi mundo se había vuelto caos y solo veía una forma de ponerle fin, una única forma de acabar. Y por eso estás tú aquí, para llevarme junto a ella, porque si me quedara aquí solo conseguiría enloquecer, no concibo el estar separado de la que es mi mujer. Y dime, ¿No habrías hecho tú lo mismo? Y al fin, la muerte se lo llevó, pero para tormento de su alma, a él le esperaba el infierno, con los asesinos de su mujer, mientras que ella descansaría eternamente en los jardines del Edén.

lunes, 8 de junio de 2009

Un final... un nuevo comienzo.

Veréis niños, os voy a explicar cuál es la historia de este lugar, como llegó a formarse este paraje, los arboles que nos rodean, los ríos, las flores y como llegaron a él los animales y seres que habitan este frondoso y animado bosque.

Erase una vez, un reino helado dominado por un terrible hechicero, la más perversa y ruin de las criaturas, amargado en su existencia, con el corazón frío como un témpano. Su tristeza y su desidia se extendían como tentáculos de escarcha, que abrazaban todo aquello que era verde y lleno de vida para convertirlo en algo inerte, apagado y lóbrego. Y en aquel reino vivían personas, seres con la voluntad mermada, sometidos al yugo inquebrantable de la retorcida magia que aplacaba cualquier atisbo de alegría o placidez.

La existencia transcurría de forma monótona, como un fluido demasiado espeso que es derramado lentamente desde una vasija. Los días se sucedían lentos, angustiosos, pasaban penosamente bajo el influjo constante de un aburrimiento desmesurado. Nada nuevo ocurría nunca, nada fuera de lo común, nada que pudiera suscitar un estímulo para los ciudadanos, nada que hiciese variar las cosas, así el hechicero podía controlar fácilmente a su ganado, era capaz de mantener un orden, era capaz de doblegar a la gente y conseguir que actuaran a su voluntad. Qué es el ser humano sin sentimiento, qué es el ser humano sin júbilo, qué es el ser humano si no puede disfrutar, qué es el ser humano si se le priva de sus instintos más primitivos, qué queda entonces capaz de oponerse a la tiranía si carecen de motivación, de pensamientos, de libertad; si jamás han conocido otra cosa que no sea el sopor, la melancolía, el desánimo o la desesperación. Nada, pero una situación así no dura eternamente.

Un buen día, por un camino cercano a los dominios del hechicero pasó haciendo sonar un laúd un trovador, cantando alegre una canción. Su rumbo solo le llevaba de paso por aquel lugar, pero su melodía traviesa se propagó captando la atención de una muchacha que se encontraba lavando la ropa en el río. La chica confusa ante tal bombardeo de sensaciones dejó a un lado sus quehaceres y se encamino curiosa hacia el lugar de donde provenía aquello. Estaba excitada y ligeramente asustada, el corazón desbocado bailando al son de las notas de aquella cantinela, se sentía abrumada por tan excelsa tonadilla, llena de color y de calor, de júbilo y sentimiento; para ella era algo nuevo, algo que no había escuchado en toda su vida. Y tras un ligero trote llegó ante el causante de aquella algarabía. Cuando vio la expresión del bardo, con una sonrisa en la cara, con los ojos abiertos como platos y profundos como un cielo estrellado, con una expresión de felicidad en el rostro, con un impresionante abanico de colores en su vestimenta; su mundo se paró. Y la fascinación fue mutua, pues el joven fue deslumbrado por la frágil y marchita belleza de aquella mujer, como si hubiera visto la única flor que resistía al otoño en un campo de almendros, como un rayo de luz que se filtra entre las tupidas y oscuras nubes.

Pero entonces algo hizo estremecerse al hechicero en su frío y solitario trono, una descarga de ira recorrió su ajado cuerpo. Movido por una rabia incontenible se desplazó rápidamente hasta donde estaban los dos jóvenes, hasta la chispa que había encendido su desasosiego. En la cabeza perturbada del cruel anciano retumbaba el sonido de los dos corazones llenos de vida latiendo al unísono, podía notarlo, podía respirarlo, podía olerlo y lo odiaba con toda su alma, maldecía al indomable sentimiento llamado amor. Y en cuanto apareció se dirigió a ellos con paso firme, la sangre le hervía y escupía las palabras con terrible inquina; maldijo al bardo y su cantar, maldijo a la muchacha y su belleza, maldijo al destino por juntarlos, maldijo la debilidad de los hombres y maldijo el momento en que se habían encontrado… los maldijo a ellos. Les lanzó un conjuro, y estas fueron sus palabras exactas: “¡Vosotros que os dejáis gobernar por los más bajos y viles sentimientos, por las más primitivas pasiones. Vosotros débiles de mente que sucumbís a vuestro corazón acelerado, a la ilusión de la belleza, que el tiempo se acelere y haga de vuestros cuerpos cascarones vacíos y sin vida!”

Y en aquel momento algo inesperado sucedió, los jóvenes miraban al hechicero, le observaban con lástima, no podían comprender aquello por lo que les increpaba; pensaban que se había vuelto loco. Cómo una persona puede almacenar tanto rencor, cómo puede albergar sentimientos tan funestos. Y cuando lanzó su maldición sus latidos danzaban al mismo son, y se abrazaron para recibir los influjos de una magia que no podían combatir; pero nada les importaba pues vivirían su último momento juntos, fundidos como un mismo ser. Y un destello de luz resplandeció, y la hechicería se disipo con un estallido, y el cuerpo del anciano cayó al suelo en su último suspiro… Y desde entonces, allí donde se encontraron la joven campesina y el trovador y se fundieron en un sentido abrazo, allí donde la esperanza venció al desánimo, donde el amor venció al odio, allí crece fuerte un enorme árbol, el más anciano y florido de todo el bosque. Y a su alrededor todo se inundó de vida y frescura, y cualquiera que se acercaba a sus proximidades se veía reconfortado, inspirado por un aire que portaba buenas impresiones.

martes, 26 de mayo de 2009

¡Mmmm, delicioso!

Antiguamente, los padres contaban una historia a sus hijos para obligarles a comerse la comida, una historia sobre un niño que durante toda su vida estuvo alimentándose con los mismos platos, sin ningún tipo de variación, las recetas que le preparaba su madrastra, insípidas y repetitivas, cada día de la semana tenía asignado un tipo de comida. Pero ese niño creció fuerte y se labró un futuro, ayudaba a su padre en el taller de carpintería, hasta que una repentina enfermedad lo dejo huérfano cuando Dronan era solo un muchacho. Y desde ese preciso momento su vida dio un giro inesperado.

Dronan, decidió vender el taller de carpintería y la casa de su padre, para comprarse una más pequeña, alejada de la aldea en la que vivía. Algo en su interior había despertado, un afán por convertirse en cocinero, el muchacho sabía que como carpintero no podría destacar, el no tenía la habilidad de su padre; en cambio, pensaba que la cocina era su verdadera vocación, que tenía que dar a conocer al mundo los sabores que a él tanto tiempo le habían sido privados. El joven, consiguió hacerse con un puesto como ayudante de cocina en la posada del pueblo. Le dejaban ayudar con los guisos, pelaba patatas, picaba legumbres, hacía algún sofrito, se encargaba de adornar los platos y de remover el gran caldero donde se cocían exquisitos ingredientes. Y durante años aprendió muchas cosas sobre el arte culinario.

Pero para Dronan, cocinar de esa forma no era suficiente, las recetas tradicionales podía hacerlas cualquier persona, él quería ser el mejor, el más grande entre los cocineros, que se le reconociera en todo el mundo, y para ello necesitaba innovar. Un buen día se le ocurrió celebrar un pequeño banquete, le pidió al cocinero de la posada que le dejase cocinar a él, que iba a realizar una antigua receta, dijo que el guiso que iba a hacer era lo mejor que le había aportado su madrastra en toda su vida. Así pues, llegó el momento de la prueba de fuego para Dronan, que apareció en la posada muy temprano, cargando al hombro un saco enorme repleto de los más exóticos, jugosos y apetecibles ingredientes. Estuvo encerrado en la cocina durante horas, hasta que llegó el momento de la comida y los platos fueron saliendo uno tras otro para saciar a los comensales. La gente se relamía por la exquisitez de aquello que les habían servido, algunos decían que era lo más delicioso que jamás persona alguna pudiera probar; otros le preguntaron qué tipo de carne había utilizado, que especias le había echado y como había conseguido realizar tan maravillosa salsa. Pero el joven cocinero no reveló ninguno de sus secretos, eran cosas que guardaba para él.

A la mañana siguiente, Dronan despertó porqué alguien llamaba impetuosamente a su puerta, se vistió rápidamente y al abrir se encontró con el chef de la posada, que tenía cara de pocos amigos. El festín de sabores que sirvió el muchacho en el banquete había ocasionado tal impacto al paladar de los comensales que la voz había corrido como la pólvora. Se rumoreaba que el dueño de la posada pensaba en contratar a Dronan como cocinero, motivo por el cual se había presentado la persona que actualmente ocupaba ese cargo en la casa del aspirante. Pero el joven no quería causar problemas, y pensó que tras el éxito obtenido quizá debería probar en algún pueblo más grande, o incluso en una ciudad. Así pues, en unos días dejó la pequeña aldea y se marcho en busca de gloria y fortuna, o quizá de reconocimiento, o puede que simplemente quisiera ofrecer las excelsas e innovadoras recetas a la mayor gente posible, para que todo el mundo pudiese disfrutar de aquellas maravillas que a él durante tanto tiempo le habían sido privadas.

Y la verdad es que Dronan no estaba mucho más de un mes allí a donde llegaba. Se asentaba durante un corto periodo de tiempo, proporcionaba el placer de una exquisita comida a la gente del lugar y después se marchaba, sin dejar rastro ni decir a donde iba. Los lugareños hablaban sobre él, algunos tuvieron el placer de probar sus recetas, otros simplemente se conformaron con los rumores que les llegaban; pero a nadie dejaba indiferente. La fama le precedía, cuando llegaba a un nuevo territorio los posaderos se peleaban por contratar sus servicios, pues aseguraba que los comedores estarían repletos a todas horas.

Pero lo realmente extraño es lo que voy a contar a continuación. Pues por donde pasaba Dronan sucedían cosas fuera de lo común, parecía que la comida que preparaba el muchacho volvía loca a la gente, les incitaba a cometer los más crueles delitos, asesinatos, desapariciones. Todo comenzaba a los pocos días de llegar el curioso cocinero, el maravilloso chef y sus guisos malditos; y cesaba cuando él se marchaba de nuevo a otro lugar, a otra ciudad, a otro pueblo. Al principio parecía afectar a todo el mundo, pero al final acabó por haber un patrón constante, al final los desaparecidos siempre eran niños y niñas, chiquillos de no más de 10 años que se esfumaban sin dejar rastro alguno. En cambio, jamás se encontró un cadáver de un infante asesinado. Y estos insólitos hechos también se extendieron, junto a la nombradía del cocinero; aunque, lo inquietante, es que desde aquel primer banquete nadie supo nunca nada más de su madrastra…

sábado, 23 de mayo de 2009

Y años más tarde, la caja se abrió

Y de ella surgieron colores... colores vivos que dotaron nuestro entorno de diversos matices; colores que evocaban sentimientos, desde los más bajos y repugnantes instintos hasta las más puras de las virtudes; colores a los que acabamos acostumbrandonos, porque qué es el mundo si no una mezcla de colores que chocan, se funden, se retuercen y nos envuelven. Y pobres aquellos que no pueden distinguir esas pequeñas sutilezas, que acaban contemplando como todo se vuelve de una triste tonalidad gris, que viven confundidos porque no existe ninguna diferencia cuando tienen los ojos abiertos, por todo ello yo te sugiero que los cierres, ¡y que sueñes!

Y de ella surgieron los sonidos... sonidos que podemos catalogar como graves o agudos, que ascienden o descienden por una infinita escala, que nos llenan los oídos o que se deslizan suavemente como si no quisieran ser escuchados; sonidos que se juntan para formar grandes melodías y que son capaces de penetrar al fondo de nuestro ser para nuestro deleite, incluso pudiendo llegar a tocar lo incorpóreo, aquello que podemos llamar alma. Y pobres de aquellos que son incapaces de captar los sonidos, pues se pierden las maravillosas conversaciones que el mundo puede ofrecernos, las delícias auditivas que nos proporcionan majestuosas composiciones, o el simple trinar de un pajaro; por ello te sugiero que te tapes los oídos y te dispongas a elucubrar.

Y de ella surgieron las texturas... texturas dignas de experimentar y capaces de despertar pasiones, un simple contacto que nos puede transmitir seguridad, confianza, tristeza, complicidad, odio y cientos de sentimientos abstractos; texturas de toda índole, desde la suavidad de la piel de un bebé hasta la absoluta rugosidad de la corteza de un anciano arbol. Y en ocasiones esas texturas vienen acompañadas de otra cosa, de estímulos térmicos que se solapan, se mezclan para formar una sola cosa, el fino y frio hielo, el tacto granuloso de una taza de porcelana con té caliente. Que desdichados son aquellos incapaces de recibir la información que transmite nuestra piel, aislados del mundo, como si vivieran en un cuerpo que no es el suyo; por ello te insto a que juntes tus manos y dejes correr tu imaginación.

Y de ella surgieron los olores... olores que flotan por todas partes y que sin ningún tipo de reparo nos acechan y nos invaden a cada momento; olores que pueden sorprendernos bien por su inesperada frescura o su repugnante amargura; olores por los cuales somos capaces de identificar a personas, a objetos, a animales o incluso lugares; olores tan intensos que nos llegan a marear, o quizá nos obligan a derramar unas lágrimas, en resumidas cuentas, nos conducen a perder el control de nuestro cuerpo y de nuestros actos. Y que lástima no poder captar esos olores, no poder inspirar y llenar nuestros pulmones con un aroma dulzón y agradable; que lástima no poder percibir la muerte simplemente por su esencia; por este motivo te pediría que taparas tu nariz y que te concentres, que dejes que tu inventiva huela el mundo por ti.

Y de ella surgieron los sabores... sabores que son inherentes a cualquier objeto, que se encuentran impregnando nuestro alrededor; sabores que nos ayudan a sobrevivir discriminando entre aquellas cosas que pueden dañarnos; sabores que se quedan enraizados al fondo de nuestra boca, recordandonos aquello que hemos hecho o que hemos ingerido; sabores que nos pueden transportar al paraíso o sumirnos en el infierno, que pueden hacer nuestras delicias y provocarnos una inaudita felicidad. Y que pena no poder saborear la vida, no disfrutar de esos pequeños momentos que son capaces de aportarnos tanta satisfación, por eso yo os digo que rompais las cadenas de la razón, deis rienda suelta a la fantasía y saboreeis la vida a cada momento.

Y si sois capaces de soñar, elucubrar, inventar, imaginar y fantasear, estais preparados. Preparados para coger esos cinco sentidos que son constantes e infinitos, meterlos en un cubilete, agitarlos y lanzarlos sobre un papel para dar forma a una historia, un cuento que espero podamos escribir entre todos...

Un saludo y felices sueños, Gamínides